Siempre me ha resultado curioso lo poco que se estudia o se publica sobre escritura de cortometraje. En muchos de los cursos y talleres de escritura cinematográfica que hay por allá afuera se suelen impartir las teorías más populares sobre este oficio, mismas que se enfocan en casi todo momento en la escritura de largometrajes, aún cuando en muchos de estos mismos cursos los alumnos terminan escribiendo cortos. Ahí es donde no todo cuadra de pronto.
No es de extrañarse que autores como Syd Field, McKee o Snyder reflexionen en sus escritos principalmente alrededor del formato largo, pues a pesar de que el cortometraje es un formato loable, constante, poderoso e imprescindible, la industria nunca ha podido verlo del todo como “profesional”. Y es que en ese sistema industrial, tan inherente al cine, el cortometraje no tiene mucho lugar. Las cadenas de cine no los exhiben en su cartelera regular, por ejemplo. El corto logra encontrar refugio en otras ventanas como internet y TV, pero de cualquier forma no existe un mercado muy amplio para ellos. Es decir, los agentes de ventas no se pelean por adquirir títulos de cortometraje para distribuirlos, ni el público en general los consume con regularidad. Sumado a esto, tenemos la impresión de que a ningún cineasta se le puede considerar un “profesional” en su trabajo si solamente ha filmado cortos. Lo cual me parece muy cuestionable. Aún con todo lo anterior, el cortometraje es un formato hermoso y lleno de particularidades que vale la pena detenerse a entender y revisar. No es solamente un pedacito de una historia más larga, o una condensación de la misma. Los recursos dramáticos con los que podemos contar son los mismos; más limitados, sí, pero deben ser explotados al máximo. En este sentido, el primer gran consejo a dar es ese: economiza en recursos. El cortometraje funciona mejor entre menos capas le pongas: Un personaje protagonista, un punto de vista, una sola trama, una situación dramática (o pocas), un espacio dramático (o pocos) y un tiempo dramático reducido (un día, unas horas, unos minutos). Pero las cosas se ponen más complicadas en términos estructurales. Los tres actos de Syd Field, los 15 tiempos de Snyder, los 12 pasos de Vogler, se vuelven poco prácticos para concebir (estructuralmente) un cortometraje. Es por eso que, de un tiempo para acá, me he dado a la tarea de diseñar una estructura personal, que consta de 5 partes, para el diseño de historias de cortometraje. Yo mismo la he puesto en práctica en los cortos que he escrito, y he logrado identificarla también en muchos cortos más. Voy a explicarla detalladamente a continuación y la acompañaré con ejemplos del cortometraje “La suerte de la fea... a la bonita no le importa” (2002), escrito y dirigido por Fernando Eimbcke. Puedes verlo aquí:
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Esta noche de la Guadalupana, entre el ruido de la pirotecnia y las pocas ganas de dormir, aún cuando mañana doy temprano mi penúltima clase del semestre, he sido poseído por un espíritu viejo. ¿Qué tan viejo? Pues como del 2007, cuando tener un blog era algo cool, algo relevante, algo capaz de llevar a una joven bailarina de streaptease a ganar el Óscar por mejor guión original.
Abro este nuevo blog simple y sencillamente porque tengo cosas qué decir (o eso creo), y los hilos del twitter nunca han sido lo mío, en el facebook la gente no lee (o malentiende), y el instagram, pues nomás no se presta. Empecemos pues... pero hasta la próxima entrada, porque dice mi mamá siempre sí tengo sueño, y como mi reloj biológico de adulto de todas formas me va a desperar temprano, mejor cerrar los ojos de una vez. |
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